¿Quién es Moisés?

Tanto en el judaísmo como en el cristianismo, Moisés es una figura central. Él es el hombre del Antiguo Testamento más mencionado en el Nuevo Testamento, guio a los israelitas fuera de la esclavitud en Egipto, se comunicaba con Dios y recibió los Diez Mandamientos. Moisés es conocido como líder religioso y como legislador.

En el Islam, Moisés es amado y respetado, él es tanto profeta como mensajero. Dios lo menciona más de 120 veces, y su historia está repartida por varios capítulos. Es la historia más larga y detallada de un profeta en el Corán y se analiza con gran detalle.

La palabra profeta (Nabi en árabe) se deriva de la palabra Naba, que significa buenas noticias. El mensaje de Dios es revelado y el profeta divulga las buenas nuevas entre su gente. Un mensajero, por otro lado, viene con una misión específica, generalmente transmitir un nuevo ordenamiento de Dios. Todo mensajero es un profeta, pero no todo profeta es un mensajero.

El Islam enseña que todos los profetas llegaron a sus pueblos con la misma proclama: “Adorad sólo a Allah, pues no existe otra divinidad salvo Él”. (Corán 11:50). Moisés llamó a los hijos de Israel a adorar sólo a Dios y estableció las leyes prescritas en la Tora.

“Hemos revelado la Torá. En ella hay guía y luz. De acuerdo a ella, los Profetas que se sometieron a Allah emitían los juicios entre los judíos, [también lo hacían] los rabinos y juristas según lo que se les confió del Libro de Allah y del cual eran testigos.” (Corán 5:44)

El Corán es un libro de orientación para toda la humanidad. No es un libro de historia; sin embargo, contiene información histórica. Dios nos pide que contemplemos las historias de los profetas y reflexionemos sobre ellas, de modo que podamos aprender de sus pruebas, tribulaciones y triunfos. La historia de Moisés contiene muchas lecciones para la humanidad. Dios dice que el relato de Moisés y el Faraón en el Corán es verdadero. Es una historia de intriga política y de opresión que no conoció límites.

 “Te narramos parte de la verdadera historia de Moisés y del Faraón, para [que se beneficien] quienes creen. Por cierto que el Faraón fue un tirano en la Tierra. Dividió a sus habitantes en clases y esclavizó a un grupo de ellos [los Hijos de Israel], degollando a sus hijos varones y dejando con vida a las mujeres; por cierto que fue un corruptor.” (Corán 28:3-4)

Moisés nació en uno de los momentos más políticamente cargados de la historia. El Faraón de Egipto era la figura de poder dominante en la tierra. Era tan increíblemente poderoso que se refería a sí mismo como a un dios, y nadie estaba inclinado o en condiciones de disputar esto. Él dijo: “Yo soy vuestro Señor supremo.” (Corán 79:24)

El Faraón ejercía su autoridad e influencia sin esfuerzo sobre toda la gente en Egipto. Utilizaba la estrategia de divide y vencerás. Estableció las diferencias de clases, dividió a la gente en grupos y tribus, y los puso a uno contra otro. Los judíos, los hijos de Israel, fueron puestos en el nivel más bajo de la sociedad egipcia. Eran los esclavos y sirvientes. La familia de Moisés estaba entre los hijos de Israel.

Egipto en la época era la superpotencia del mundo conocido. El poder supremo descansaba en manos de unos pocos. El Faraón y sus ministros de confianza dirigían todos los asuntos, como si la vida del pueblo fuera de poca o ninguna importancia. La situación política era en cierto modo similar al mundo político del siglo XXI. En una época en la que los jóvenes de todo el mundo son utilizados como carne de cañón por los juegos políticos y militares de los más poderosos, la historia de Moisés es particularmente pertinente.

De acuerdo con el erudito islámico Ibn Kazir los hijos de Israel hablaban vagamente sobre que uno de los hijos de su nación se levantaría para arrebatarle el trono de Egipto al Faraón. Quizás era sólo el sueño persistente de un pueblo oprimido, o tal vez una profecía antigua, pero la historia de Moisés comienza aquí. Un anhelo de libertad junto con el sueño de un rey tirano.

El pueblo de Egipto estaba influenciado por los sueños y las interpretaciones de los sueños. Los sueños ocuparon un lugar predominante en la historia del profeta José y una vez más, en la historia de Moisés el destino de los hijos de Israel se ve afectado por un sueño. El Faraón soñó que uno de los hijos de Israel crecía hasta la edad adulta y se apoderaba de su trono.

Fiel a su papel, el Faraón reaccionó con arrogancia y dio la orden de que todos los niños varones nacidos entre los hijos de Israel fueran asesinados. Sus ministros percibieron sin embargo, que esto llevaría a la aniquilación total de los hijos de Israel y a la ruina económica de Egipto. ¿Cómo —se preguntaron— funcionaría el imperio sin esclavos y sirvientes? La orden fue alterada: los niños varones serían asesinados un año, pero perdonados al siguiente.

El Faraón llegó a ser tan fanático que enviaba espías o agentes de seguridad para que buscaran a las mujeres embarazadas. Si alguna mujer daba a luz a un hijo varón, este era asesinado de inmediato. Cuando la madre de Moisés quedó preñada del niño destinado a liderar a los hijos de Israel fuera de la esclavitud, ocultó su embarazo. Sin embargo, Dios quiso hacerle un favor a los débiles y oprimidos, y los planes del Faraón fueron frustrados.

“Y quisimos agraciar a quienes fueron esclavizados en la Tierra y les convertimos en líderes ejemplares y sucesores. Les dimos poder sobre la tierra [de la antigua Siria y Egipto], e hicimos que el Faraón, Hamán y sus huestes vieran [hecho realidad] lo que temían.” (Corán 28:5-6)

El escenario está listo y el niño ha nacido. Los vientos de cambio comienzan a soplar y Dios demuestra que los seres humanos pueden planificar y diseñar, pero sólo Él es el mejor de los planificadores.

Hay lecciones para la humanidad a lo largo de la historia de Moisés, que no sólo se aprenden después de su profecía, sino que se encuentran incluso cuando era un recién nacido. El comportamiento de su piadosa madre nos da muchas lecciones que son importantes aún hoy día. ¡Pon tu confianza en Dios!

Moisés nació en un año en el que los hijos de los Hijos de Israel eran asesinados en el instante en que nacían. Imagina el sentimiento de temor que impregnaba todos los aspectos de la vida en esas condiciones. El embarazo ya no era un evento a celebrar y apreciar, sino una fuente de miedo e inseguridad.

Los guardias de seguridad recorrían las calles e invadían hogares buscando mujeres embarazadas, por lo que la madre de Moisés ocultó su embarazo. Imagina las condiciones en las que ella dio a luz: temor, silencio, posiblemente envuelta en la oscuridad. ¿Estuvo sola o rodeada de mujeres? ¿Su esposo le sujetó la mano, rezando para que ella no gritara revelándose así a los vecinos o guardias?

Cualesquiera fueran las condiciones, Moisés nació. Un niño. El corazón de sus padres debió llenarse de alegría y temor al mismo tiempo. ¿Qué iban a hacer ahora, cómo iban a ocultar a un recién nacido? La madre de Moisés era una mujer recta, piadosa y temerosa de Dios, por lo tanto, en su hora de necesidad se volvió hacia Dios y Él le inspiró sus próximas acciones.

“Inspiramos a la madre de Moisés [y le dijimos]: Amamántalo, y cuando temas por él déjalo [en un cesto de mimbre] en el río. Y no temas ni te entristezcas, porque ciertamente te lo devolveremos y haremos de él un Mensajero.” (Corán 28:7).

La madre de Moisés acababa de pasar sus últimos meses ocultando su embarazo por temor a que su hijo fuera condenado a muerte, y ahora que lo sostiene contra su pecho, Dios le inspira que lo arroje al río. No a un suave manantial, sino al río Nilo, un enorme río con una corriente fuerte. Su reacción inicial debe hacer sido que tal acción le estaría condenando a una muerte segura.

La madre de Moisés puso su confianza en Dios. “no temas ni te entristezcas, porque ciertamente te lo devolveremos.” Hizo una canasta a prueba de agua, puso en su interior a su pequeño hijo y la arrojó al río. Ibn Kazir narra que en cuanto la canasta tocó el agua, la corriente pasó de rabiosa a tranquila y suave, meciendo la canasta silenciosamente aguas abajo. La hermana de Moisés fue instruida por su madre para que se deslizara en silencio a través de las cañas y siguiera a la cesta en su viaje.

La canasta con su preciosa carga bajó por el río Nilo, pasando desapercibida por casas, botes y personas, hasta que se detuvo en el palacio del Faraón. La hermana de Moisés observó temerosa cómo alguien de la familia del Faraón sacaba la cesta del río. Moisés fue lanzado al río para escapar de una muerte segura y ahora su lugar de descanso es el palacio del Faraón. Esto sin duda es demasiado para una madre, sin embargo los eventos que estaban a punto de desarrollarse demostrarían que la promesa de Dios es verdadera.

“...Dios siempre le dará una salida a quien Le tema. Y le sustentará de donde menos lo espera. Y quien se encomiende a Dios, sepa que Él le será suficiente y que Dios siempre hace que se ejecuten Sus órdenes. Ciertamente Él ha establecido a cada cosa su justa medida.” (Corán 65:2-3)

El bebé Moisés fue llevado a Asiya, la esposa del Faraón. Asiya, en contraste con su arrogante y orgulloso marido, era una mujer justa y misericordiosa. Dios abrió su corazón y Asiya miró de abajo a arriba al pequeño bebé sintiéndose superada por su amor hacia él. La pareja real no pudo concebir un hijo y este pequeño niño despertó sus instintos maternales. Asiya le apretó contra su pecho y le pidió a su marido que aceptara al niño en la familia.

Posiblemente, en contra de su mejor juicio, el Faraón aceptó al niño que fue parte del plan de Dios para derribar la casa real. Lejos de abandonarlo, Dios puso a Moisés como hijo real de Egipto, y le brindó el mayor apoyo humano en la tierra. Asiya y el Faraón ahora tenían un hijo, que estaba protegido por la misma persona que había tratado de matarlo.

“Hicimos que lo recogiera la gente del Faraón para que [sin saberlo] se convirtiera en su enemigo y fuese un pesar para ellos. Por cierto que el Faraón, Hamán y sus huestes eran pecadores. La mujer del Faraón dijo: [Este niño] Será mi alegría y la tuya, no le matéis. Puede que nos beneficie. ¡Adoptémoslo! Y ellos no presentían [que él sería su destrucción].” (Corán 28:8-9)

Asiya convocó a las nodrizas al palacio, pero el pequeño niño se negó a mamar. Esto fue causa de una gran angustia, en esos días no habían fórmulas ni suplementos para ofrecerle al bebé. En esa etapa el palacio real estaba en crisis, las mujeres de la familia estaban quejándose sobre Asiya y su bebé recién nacido, de modo que nadie se dio cuenta de la presencia de la hermana de Moisés entre los sirvientes. Ella reunió todo su coraje y dio un paso adelante ofreciendo una solución. Dijo que sabía de una mujer que amamantaría al niño con cariño. ¿Por qué la familia real tomaría el consejo de una niña desconocida, sino para cumplir con el plan de Dios? Le ordenaron a la hermana de Moisés que se apresurara en buscar y llevar a la mujer.

“No permitimos que ninguna nodriza pudiera amamantarlo. Dijo [la hermana de Moisés]: ¿Acaso queréis que os indique una familia que puede encargarse de cuidarlo y aconsejarlo para su bien?” (Corán 28:12)

La madre de Moisés estaba en su casa. ¿Deambulaba o lloraba en silencio? No sabemos, pero Dios nos dice que su corazón estaba vacío y que ella estaba a punto de exponerse. ¿Estaba considerando correr hacia el río y buscar frenéticamente entre las cañas? Dios le alivió su tormento cuando su hija entró en la casa sin aliento contándole la historia de lo que había ocurrido con Moisés.

Madre e hija no perdieron tiempo en regresar al palacio. Cuando Moisés fue entregado a su verdadera madre, se acomodó de inmediato y comenzó a mamar. Según Ibn Kazir, la familia, incluyendo al propio Faraón, quedó atónica. El Faraón preguntó ala mujer quién era ella, y ella respondió: “Soy una mujer de leche dulce y dulce aroma, y ningún niño se me niega.” El Faraón aceptó esta respuesta, y entonces Moisés volvió a los brazos de su madre y se crio en el palacio como un príncipe de Egipto.

“Y así se lo devolvimos a su madre como nodriza para que se alegrara y no se entristeciera demasiado por la separación, y para que supiera que lo que Allah promete se cumple; pero la mayoría [de los hombres] lo ignoran.” (Corán 28:13)

El capítulo 28 del Corán se llama ‘El Relato,’ los primeros 45 versículos se enfocan sólo en la historia de Moisés. Es de aquí que aprendemos sobre la fuerza y la piedad de su madre, y cómo Dios recompensó su rectitud y su confianza en Él devolviéndole a su hijo. Algunos eruditos creen que Moisés y su madre regresaron a su casa entre los hijos de Israel, otros, incluyendo a Ibn Kazir, creen que Moisés y su madre vivieron en el palacio mientras ella lo amamantaba, y que a medida que él creció, se le permitió a ella visitarlo.

El Corán y las tradiciones auténticas del profeta Muhámmad, que Dios lo bendiga, no dicen nada sobre este período de la vida de Moisés, aunque sería justo decir que por la época en que Moisés era un hombre, probablemente conoció su origen y se identificó con los hijos de Israel. Las tradiciones del profeta Muhámmad describen a Moisés como un hombre alto, bien construido, de piel oscura con el cabello rizado. Su carácter y su físico son descritos como fuertes.

“Cuando se convirtió en adulto le concedimos conocimiento y sabiduría. Así es como retribuimos a quienes son benefactores.” (Corán 28:14)

Descubriremos en la historia de Moisés que era un hombre sincero. Creía en decir lo que pensaba y en defender a los miembros más débiles de la sociedad. Siempre que fue testigo de la opresión y la crueldad, le resultó imposible a sí mismo dejar de intervenir.

Ibn Kazir narra que un día mientras caminaba por la ciudad, Moisés se encontró con dos hombres que peleaban. Uno era un israelita y el otro un egipcio. El israelita reconoció a Moisés y le gritó pidiéndole ayuda. Moisés entró en la pelea e hirió al egipcio de un golpe feroz. Este cayó de inmediato al piso y murió. Moisés quedó abrumado de dolor. Era consciente de su propia fuerza, pero no imaginaba que tenía el poder de matar a alguien de un solo golpe.

“Y [Moisés] ingresó cierta vez a la ciudad sin que sus habitantes se percataran, cuando encontró a dos hombres que peleaban, uno era de los suyos [de los Hijos de Israel] y el otro de sus enemigos. El que era de los suyos le pidió ayuda contra el que era de sus enemigos. Entonces Moisés le golpeó con su puño y le mató [inintencionadamente]. Exclamó [Moisés]: Esto es obra de Satanás, ciertamente [Satanás] es un enemigo evidente que pretende desviar a los hombres. Dijo: ¡Señor mío! He sido injusto conmigo mismo; perdóname. Y [Dios] le perdonó, porque ciertamente Él es Absolvedor, Misericordioso. Dijo: ¡Señor mío! Por la gracia que me has concedido, no ayudaré [nuevamente] a los pecadores.” (Corán 28:15-17)

Ya sea porque las calles estaban desiertas o porque la gente no quería verse envuelta en un asalto grave, las autoridades no tenían idea de que Moisés estaba involucrado en la pelea. Sin embargo, al siguiente día Moisés vio al mismo israelita envuelto en otra pelea. Sospechó que el hombre era un alborotador y se acercó a él para advertirle sobre su comportamiento.

El israelita vio a Moisés acercándose rápidamente hacia él y sintió miedo, entonces gritó: “¿Vas a matarme como mataste al desgraciado de ayer? El oponente del hombre, un egipcio, escuchó esto y salió corriendo a reportar a Moisés a las autoridades. Después ese mismo día, Moisés fue abordado por un desconocido que le informó que las autoridades planeaban arrestarlo, y posiblemente matarlo, por el crimen de asesinar a un egipcio.

A la mañana siguiente amaneció temeroso y cauteloso; y quien le había pedido ayuda el día anterior nuevamente le pedía auxilio a gritos. Entonces Moisés le dijo: Evidentemente eres un descarriado. Y cuando quiso separarlo violentamente del enemigo de ambos, éste exclamó: ¡Oh, Moisés! ¿Acaso pretendes matarme como lo hiciste ayer con otro? Sólo quieres ser un tirano en la Tierra, en lugar de contarte entre quienes luchan por establecer el bienestar. Y un hombre que vivía en las afueras de la ciudad se dirigió presuroso [hacia donde Moisés] y le dijo: ¡Oh, Moisés! La nobleza se confabuló para matarte, huye pues. Yo sólo pretendo aconsejarte. Y Moisés se alejó de la ciudad con temor y cautela, y exclamó: ¡Señor mío! Protégeme de los opresores.” (Corán 28:18-21)

Moisés dejó de inmediato los límites de la ciudad. No tuvo tiempo para regresar a casa y cambiarse de ropa o preparar provisiones. Moisés entró en el desierto hacia Madián, el país que se extendía entre Siria y Egipto. Su corazón estaba lleno de miedo y temía darla vuelta y ver que las autoridades lo perseguían. Caminó y caminó, y cuando sintió sus pies y sus piernas como plomo, continuó caminando. Sus zapatos se desgastaron en el suelo áspero del desierto y la arena caliente le quemó la planta de los pies. Moisés estaba exhausto, hambriento, sediento y sangrando, pero se obligó a sí mismo a continuar, algunos dicen que durante más de una semana, hasta que llegó a un pozo de agua. Moisés se lanzó a la sombra de un árbol.

Morir en el calor seco de polvo del desierto egipcio debería haber sido el resultado más probable del viaje de Moisés. Andando a través de un paisaje inhóspito sin provisiones ni ropa adecuada, habría sido una expedición destinada al fracaso. Sin embargo, una vez más la historia de Moisés revela una verdad fundamental. Si un creyente se somete totalmente a la voluntad de Dios, Él le proveerá a partir de fuentes inimaginables. Dios remplazará la debilidad con la fuerza y sustituirá el fracaso con la victoria.

Moisés llegó a salvo al oasis del desierto, el olor del agua y la sombra de los árboles debió haberle parecido un paraíso en la tierra. El pozo de agua estaba rodeado de pastores que abrevaban sus rebaños.

Después de caminar por más de una semana a través del desierto ardiente, Moisés llegó a un oasis donde grupos de hombres abrevaban a sus animales. Estaban empujándose, peleando, bromeando y riendo, comportándose de manera ruda y baja. Moisés se arrojó sobre la tierra agradecido por la sombra de un árbol. Mientras recuperaba el aliento, se fijó en dos mujeres y su rebaño de ovejas. Estaban bien atrás, reacias a acercarse al pozo de agua.

Moisés era un hombre de honor. A pesar que estaba exhausto y deshidratado, Moisés no podía soportar ver a las mujeres de pie, temerosas de moverse hacia el pozo de agua. Se acercó a ellas y les preguntó por qué los hombres de su familia no cuidaban de las ovejas. Las dos jóvenes le explicaron que su padre era anciano y que la tarea de cuidar las ovejas era ahora su responsabilidad.

Moisés llevó las ovejas de las mujeres hasta le pozo de agua, donde se abrió paso con facilidad entre los hombres que estaban allí. Después de completar su tarea, Moisés estaba totalmente desgastado. Se sentó bajo la sombra del árbol y comenzó a suplicarle a Dios. Dijo: “¡Oh Señor! Cualquier bien que puedas concederme, en verdad lo necesito.”

“Y cuando se encontraba camino a Madián dijo: ¡Señor mío! Guíame por el camino correcto [que conduce a esta ciudad]. Cuando llegó al pozo de agua de Madián, encontró pastores dando de beber a sus rebaños, y vio que apartadas de ellos había dos mujeres que sujetaban a sus rebaños, entonces les preguntó: ¿Qué os sucede? Respondieron [ellas]: No podemos dar de beber a nuestro rebaño hasta que los pastores no terminen con los suyos, y nuestro padre es ya un anciano [y no puede venir]. Luego [cuando los pastores se hubieron retirado, levantó la pesada roca que cubría el pozo y] le dio de beber al rebaño por ellas, y finalmente se retiró exhausto a la sombra y exclamó: ¡Señor mío! Realmente necesito cualquier gracia que me concedas.” (Corán 28:22-24)

El Corán nos relata las historias de los profetas de Dios para que podamos aprender de ellos. Los profetas son modelos dignos de ser seguidos y sus vidas no son tan diferentes de las nuestras. ¿Cuántas veces no nos hemos sentido tan agotados física y mentalmente que pareciera que no podemos resistir un segundo más?

Nuevamente Moisés se volvió hacia la única fuente real de ayuda para la humanidad: Dios. Y antes que terminara su súplica, la ayuda estaba en camino. Moisés probablemente tenía la esperanza de recibir una rebanada de pan o un puñado de dátiles, pero en lugar de ello, Dios le dio seguridad, provisiones y una familia.

Una de las mujeres regresó con Moisés. Con la modestia y timidez apropiadas, le dijo a Moisés: “Mi padre quiere que recompensarte por tu amabilidad y te invita a nuestra casa.” En consecuencia, Moisés se levantó y fue a ver al anciano. Se sentaron juntos y Moisés contó su historia. El anciano disipó sus temores y le dijo a Moisés que había cruzado de forma segura la frontera de Egipto, ahora estaba en Madián a salvo de cualquier autoridad que pudiera estar persiguiéndolo.

 “Y [más tarde] una de ellas regresó y acercándose a él con recato dijo: Mi padre te llama para retribuirte por haber dado de beber a nuestro rebaño. Y cuando se presentó ante él, le relató su historia; y [el padre de las dos mujeres] le dijo: No temas, [aquí] estás a salvo de los opresores.” (Corán 28:25)

Después que Moisés había sido invitado a estar con la familia, una de las mujeres se acercó a su padre en privado y le aconsejó que contratara a Moisés. Cuando su padre le preguntó por qué, ella contesto que debido a su fuerza y honestidad. Dos cualidades que nos dice el Islam que son signos de liderazgo. En los años inmediatamente posteriores a la muerte del Profeta Muhámmad, que Dios lo bendiga, los líderes de la nación musulmana fueron elegidos por estas dos cualidades. Ellos aprendieron sus políticas del Corán, de las historias de sus predecesores piadosos.

El anciano —que algunos estudiosos creen que era el profeta Jetró, aunque no hay fuentes auténticas que confirmen o nieguen esto— ofreció a Moisés la seguridad y protección de su propia familia. Le dio una de sus hijas en matrimonio a cambio de que trabajara durante 8 años, o 10 si Moisés accedía a quedarse durante dos años más. Moisés era un extraño en tierras extranjeras, exhausto y solo. Pero Dios escuchó su súplica y lo proveyó con recursos que Moisés jamás hubiera podido imaginar.

Una de ellas dijo: ¡Oh, padre! Contrátalo, pues qué mejor que contratar a un hombre fuerte y honesto. Dijo [el padre de las dos mujeres a Moisés]: Quisiera casarte con una de mis dos hijas a condición de que trabajes con nosotros durante ocho años, y si deseas quedarte diez será algo que tú hagas voluntariamente. Ésta no será una tarea difícil ni pesada; me encontrarás, si Dios quiere, entre los justos. Dijo [Moisés]: Estoy de acuerdo. Cualquiera que sea el plazo que yo cumpla no se me reprochará, y Dios es testigo de lo que decimos.” (Corán 28:26-28)

Como creyentes, no debemos olvidar nunca que Dios escucha nuestras oraciones y súplicas, y las responde. A veces la sabiduría detrás de estas respuestas está más allá de nuestra comprensión, pero Dios sólo desea lo que es bueno para nosotros. Poner nuestra confianza en Dios y someterse a Su voluntad, le permite al creyente capear cualquier tormenta, y hacerle frente a cualquier adversidad. Nunca estamos solos, al igual que Moisés no estaba solo mientras avanzaba por el desierto huyendo de la única vida y tierra que había conocido.

Moisés, que Dios lo bendiga, se casó con una de las mujeres que había ayudado inicialmente en el pozo de agua, y dedicó los siguientes diez años a trabajar con su padre y levantar su propia familia. Su nueva vida era tranquila y contemplativa, no tenía que soportar las intrigas de la corte egipcia ni la humillación de su pueblo, los hijos de Israel. Moisés era capaz de reflexionar sobre las maravillas de Dios y el universo.

Cualquier relato de la vida de Moisés está lleno de lecciones y orientación, para  Moisés y para la humanidad. Dios puso a Moisés a través de experiencias que lo mantuvieron en buena forma para su próxima misión. Moisés había sido educado en la casa del Faraón de Egipto, por lo tanto, era consciente de las políticas e intrigas del gobierno egipcio. Moisés también experimentó de primera mano la corrupción del propio Faraón —el hombre que se declaraba a sí mismo dios.

Fue a través de la gracia y la misericordia de Dios que Moisés logró escapar de Egipto y viajar por las tierras. Pudo experimentar otras culturas y pueblos. Viajar entonces y ahora amplía horizontes y abre los corazones y mentes a las diferencias y las similitudes entre las personas de diferentes contextos. Dice Dios:

“¡Oh, humanos! Os hemos creado a partir de un hombre [Adán] y una mujer [Eva], y [de su descendencia] os congregamos en pueblos y tribus para que os conozcáis unos a otros.” (Corán 49:13)

Durante este tiempo en Madián, Moisés era pastor. El profeta Muhámmad, que Dios lo bendiga, nos informa que todos los profetas de Dios pasaron tiempo cuidando rebaños de ovejas. Puede parecer una extraña profesión, pero mirándolo con más cuidado, podemos ver que los pastores aprenden algunas lecciones invaluables mientras cuidan de sus rebaños. Un pastor tiene una vida tranquila y solitaria, tiene tiempo para la reflexión personal y la contemplación de las maravillas de la vida.

Sin embargo, al mismo tiempo el pastor debe estar en constante alerta por el peligro. Las ovejas en particular, son animales que requieren cuidado y atención constantes. Incluso si una sola oveja se aleja de la protección de la manada, se convierte en presa fácil. Un profeta por lo general tiene la tarea de proteger a una nación entera, debe estar alerta y al tanto de cualquier peligro que amenace a sus seguidores, sobre todo a los débiles, los pobres y los oprimidos de entre ellos.

Después que Moisés terminó su período de servicio que había prometido a su suegro, se sintió abrumado por la nostalgia. Comenzó a extrañar a su familia y a la tierra de Egipto. A pesar que tenía miedo de lo que sucedería si regresaba, experimentó un extraño deseo de regresar a la tierra que lo había visto nacer. Moisés reunió a su familia y emprendió el largo viaje de regreso a Egipto.

“Y cuando Moisés hubo cumplido el plazo, partió con su familia [rumbo a Egipto] y [en el camino, en una noche fría, tras haberse perdido] divisó un fuego en la ladera de un monte y le dijo a su familia: Permaneced aquí, pues he divisado un fuego y quizás pueda traeros alguna noticia [acerca de nuestro rumbo], o bien una brasa encendida para que podamos calentarnos.” (Corán 28:29)

Mientras Moisés caminaba a través del desierto, se perdió. Era una noche fría y oscura. Moisés vio lo que parecía ser un fuego encendido en la distancia. Le dijo a su familia que se quedaran donde estaban. Tenía la esperanza de recibir orientación o bien de poder llevar un poco de fuego para calentar a su familia. Sin saberlo, Moisés estaba a punto de participar en una de las conversaciones más sorprendentes de la historia. Caminó hacia el fuego, y mientras lo hacía, escuchó una voz.

“Cuando llegó a él, una voz le llamó: ¡Bendito sea quien esté donde el fuego y a su alrededor y glorificado sea Dios, Señor del Universo! ¡Oh, Moisés! Yo soy Dios, Poderoso, Sabio.” (Corán 27:8-9)

Dios le habló a Moisés. Le pidió a Moisés que se quitara los zapatos, por lo que se quedó de pie asustado. Dios le reveló a Moisés que había sido elegido para una misión especial y le pidió que escuchara lo que estaba a punto de decir.

“Ciertamente Yo soy Dios, y no hay más divinidad que Yo. Adórame, pues, y haz la oración para tenerme presente en tu corazón. Y por cierto que el Día de la Resurrección es indubitable, y nadie salvo Dios sabe cuando llegará. Ese día todos los hombres recibirán la recompensa o el castigo que se merezcan por sus obras. No te dejes seducir por quienes no creen en ella y siguen sus pasiones, porque serás de los que pierdan.” (Corán 20:14-16)

En una conversación directa entre Dios y Moisés, le fue prescrita la oración a Moisés y a sus seguidores. De la misma forma, la oración también le fue prescrita al profeta Muhámmad y a sus seguidores, en la noche en que el profeta Muhámmad hizo su viaje a Jerusalén y ascendió a los cielos.

En ese momento, Moisés debió quedar pasmado. Partió hacia Egipto, siguiendo un extraño anhelo de regresar a su tierra natal. Se perdió en la oscuridad y el frío y fue a buscar luz y guía. Caminó hacia lo que pensó era un fuego ardiendo y encontró la luz y la guía de dios.

Moisés sostenía un palo o bastón en su mano. Dios le habló y le preguntó qué es ese palo, Moisés, háblame de él. Moisés respondió: “Es mi vara. Me sirve de apoyo, y con ella vareo los árboles para que mi ganado coma de su follaje; además de otros usos.” (Corán 20:18) Moisés conocía muy bien su bastón, sabía que no tenía cualidades milagrosas. Dios le pidió a Moisés que lo tirara al suelo y cuando lo hizo, empezó a deslizarse y agitarse. El palo se había transformado en una serpiente.

Moisés tuvo miedo, giró sobre sus talones y echó a correr. Es una inclinación humana natural temer a lo desconocido y lo extraño, pero Dios quería eliminar este miedo del corazón de Moisés. Estaba a punto de embarcarse en una misión difícil y era importante que comenzara con una completa confianza en que Dios lo protegería, sabiendo que no había razón alguna para tener miedo.

“Arroja tu vara. Y cuando la vio moverse como si fuera una serpiente, se dio vuelta y huyó sin mirar atrás. [Dijo Dios:] ¡Oh, Moisés! Acércate y no temas. Ciertamente tú eres de los que están protegidos.” (Corán 28:31)

Entonces Dios le dijo a Moisés que pusiera su mano en su seno, así le reveló otra señal de su grandeza y omnipotencia. Señales que Moisés necesitaría en su próxima misión, pruebas para aquellos que son desobedientes y rebeldes.

“E introduce tu mano por el cuello de tu túnica y saldrá blanca y resplandeciente, sin tener ningún mal; y lleva tu mano al pecho cuando quieras vencer el temor. Éstos son dos milagros de tu Señor para el Faraón y su nobleza. Por cierto que ellos están descarriados.” (Corán 28:32)

Dios quiso enviar a Moisés ante el Faraón. El hombre que más temía, el hombre que Moisés pensaba de seguro le quitaría la vida. Su corazón se encogió de miedo, pero Dios lo tranquilizó.

En una noche oscura, a la sombra del Monte Tur, Dios le confirió la profecía a Moisés. Su primera orden fue que buscara al Faraón.

“Ve ante el Faraón, pues se ha extralimitado.” (Corán 20:24)

Moisés huyó de Egipto temiendo por su vida, había pasado 10 años en un país fuera de la jurisdicción del Faraón. Ahora, Dios le estaba diciendo que debía encarar su mayor miedo. Debía enfrentarse al corrupto Faraón, el hombre que Moisés estaba seguro quería verlo ejecutado. Moisés volvió a sentir el temor que lo había sostenido durante su largo viaje por el desierto. Respondió así a las palabras de Dios:

“¡Señor mío! He matado a un hombre de los suyos y temo que me ejecuten.” (Corán 28:33)

Moisés sintió miedo, pero entendió que Dios era completamente capaz de brindarle todo el apoyo que necesitaba para una misión que parecía prácticamente imposible. Moisés hizo una súplica: pidió fortaleza y facilidad en esta misión tan difícil. Le pidió a Dios que abriera su pecho y le concediera elocuencia, confianza en sí mismo y alegría. También le pidió a Dios que lo fortaleciera dándole en su profecía un compañero capaz y de confianza, su hermano Aarón.

El diálogo entre Dios y Moisés es una de las conversaciones más sorprendentes que aparecen en las páginas del Corán. Las palabras de Dios se entregan con elocuencia y claridad. Ellas pintan el retrato de un hombre fuerte pero humilde, cautivado por su encuentro con Dios. Ellas entregan el sentido etéreo de que Dios es Todopoderoso, Omnipotente, pero también lleno de misericordia y amor hacia Sus siervos.

Dijo [Moisés]: ¡Oh, Señor mío! Abre mi corazón [disponiéndolo para que pueda recibir la profecía], facilítame mi misión, haz que pueda expresarme correctamente para que comprendan mi mensaje, Asígname de mi familia para que me ayude [en la transmisión del Mensaje] a mi hermano Aarón, fortaléceme con él, y asóciale en mi misión [y desígnalo Mensajero igual que a mí], para que Te glorifiquemos y Te recordemos mucho. Por cierto que Tú bien sabes nuestra necesidad de Ti.

Dijo [Allah]: Te ha sido concedido lo que pides ¡Oh, Moisés! Y por cierto que anteriormente también te agraciamos, cuando le inspiramos a tu madre [y le dijimos]: Ponlo en un cesto y déjalo en el río, que éste lo llevará hasta una orilla y será recogido por un enemigo Mío y suyo [el Faraón]. Y por cierto que infundimos en ellos [el Faraón y su gente] amor por ti, y creciste bajo Nuestra observancia [y protección]. Cuando tu hermana, que seguía tus rastros, le dijo [al Faraón, al ver que ninguna nodriza podía amamantarte]: ¿Acaso queréis que os indique alguien que puede encargarse de cuidarlo? Y así te devolvimos a tu madre para que se alegrara y no se entristeciera. Y cuando mataste a un hombre [del pueblo del Faraón] te salvamos de que tomaran represalias contigo, y así te probamos de distintas maneras. Y luego de permanecer unos años en Madián regresaste por decreto Nuestro ¡Oh, Moisés!

Y ciertamente te he elegido [para que seas uno de Mis Mensajeros].

Id tú y tu hermano con Mis signos, y no dejéis de recordarme. Presentaos ante el Faraón, pues se ha extralimitado, y habladle cortésmente, para que así recapacite o tema a Dios y se arrepienta.

Dijeron: ¡Oh, Señor nuestro! Tememos que nos reprima y se propase con nosotros.

Dijo [Allah]: No temáis, pues Yo estoy con vosotros escuchando y observando todo. Id ante él y decidle: Somos Mensajeros enviados por tu Señor para que dejes ir con nosotros a los Hijos de Israel, y no los tortures. Por cierto que hemos venido con un signo de tu Señor, y quien siga la guía estará a salvo. Nos ha sido revelado que quien desmienta [el Mensaje que hemos traído] y vuelva la espalda será castigado. (Corán 20:25-48).

Esta breve conversación cambió la vida de Moisés. Le enseñó lecciones sobre sí mismo, sobre su mundo, sobre la naturaleza de la humanidad, y más importante aún, sobre la naturaleza de Dios. Hoy día, sigue enseñando lecciones importantes a la humanidad. Sobre una base diaria, las palabras del Corán cambian vidas. Las lecciones aprendidas en la historia de Moisés son tan relevantes hoy día como lo fueron hace miles de años.

Al leer la historia de Moisés hasta el momento, hemos aprendido la importancia de confiar en Dios, hemos aprendido el plan de los seres humanos y el esquema, pero el pan de Dios puede vencer cualquier triunfo, prueba o ensayo. La historia de Moisés nos ha enseñado que no hay alivio en los tormentos de este mundo excepto con el recuerdo y la cercanía de Dios.

La historia de Moisés nos enseña que Dios puede sustituir la debilidad con fortaleza y el fracaso con victoria, y que Dios apoya a los justos a partir de fuentes inimaginables. Ahora bien, ya que Dios confirió la profecía a Moisés y a su hermano Aarón, aprendemos el verdadero significado de la hermandad y el verdadero significado de por qué la elección de compañeros rectos puede ser la llave del paraíso.

Moisés quería que su hermano fuera su compañero en la profecía y en esta peligrosa misión para hacerle frente al Faraón, debido a que Aarón era fuerte y honesto, y también un orador elocuente y persuasivo. Siempre que una persona se encuentra unido a su hermano en un propósito común, unidos en su adoración a Dios, unidos en la rectitud, ambos son imbatibles, incluso frente al enemigo más formidable.

Ibn Kazir narró que Moisés y Aarón fueron juntos con el Faraón y le entregaron su mensaje. Moisés le habló al Faraón sobre Dios, Su misericordia y Su paraíso, y sobre la obligación de la humanidad de adorar sólo a Dios.

El Corán narra varias conversaciones entre Moisés y el Faraón. Uno de los relatos más detallados está en el capítulo 26 cuyo título es “Los Poetas.” Moisés le habla amablemente al Faraón sobre Dios, Su Misericordia y Su Paraíso, pero el Faraón reacciona con desprecio y arrogancia. Le recuerda a Moisés su crimen pasado y le pide que agradezca el haber sido criado en el palacio entre lujos y riqueza. Moisés se excusa diciendo que cometió el crimen de matar a un hombre inocente cuando era ignorante, y señala que creció en el palacio sólo porque no podía vivir con su propia familia debido al asesinato indiscriminado de niños por parte del Faraón.

Dijo [Moisés]: Lo hice por ignorancia. Y hui de vosotros por temor [a que me mataseis], y fue entonces cuando mi Señor me agració con la profecía y decretó que yo fuera uno de Sus Mensajeros. ¿De qué favor hablas, cuando has esclavizado a los Hijos de Israel?

Preguntó el Faraón: ¿Quién es el Señor del Universo? Dijo [Moisés]:

Es el Señor de los cielos, la Tierra y todo lo que hay entre ellos. ¿Es que no os convencéis de ello?

Dijo [el Faraón] a quienes estaban en torno a él: ¿Habéis oído?

Agregó [Moisés]: Él es vuestro Señor, y también el Señor de vuestros ancestros.

Dijo [el Faraón a su pueblo]: En verdad, el Mensajero que os ha sido enviado es un demente [y no responde lo que le pregunto].

[Moisés] Prosiguió: Él es el Señor del oriente y del occidente, y de lo que hay entre ambos. ¿Es que no razonáis?

Dijo [el Faraón]: Si adoptas otra divinidad que no sea yo, te encarcelaré.

Dijo [Moisés]: ¿Y si te presento una prueba evidente [de mi profecía]?

Dijo [el Faraón]: Preséntala, si es que dices la verdad. (Corán 26:20-31)

El Faraón comenzó burlándose de Moisés, luego lo acusó de ser ingrato y finalmente lo amenazó. Durante este período histórico, mucha gente en Egipto practicaba la magia. Incluso había escuelas que enseñaban magia e ilusionismo. El Faraón llegó a la conclusión errada de que los signos manifiestos que Moisés era capaz de mostrar con el permiso de Dios eran trucos de magia e ilusiones.

Cuando Moisés tiró su vara y esta se convirtió en una serpiente, deslizándose y resbalando por el suelo, y cuando retiró la mano de su manto y ésta estaba blanca y brillante, el Faraón presumió que Moisés había aprendido el arte del ilusionismo. Ibn Kazir narra que el Faraón detuvo a Moisés y a Aarón mientras despachaba correos por todo Egipto para convocar a todos los magos al palacio. El Faraón prometió a los magos prestigio y dinero a cambio de sus trucos. Un concurso se estableció entre Moisés y los magos egipcios.

El Faraón estaba seguro de que sus magos eran insuperables. Él llevaba mucho tiempo utilizándolos para influenciar los corazones y las mentes del pueblo. El Faraón utilizaba sus trucos de magia e ilusiones para dominar y controlar a sus súbditos. Moisés pudo establecer el día del concurso y eligió un día festivo. Las calles estarían llenas de gente y el poder y la fuerza de Dios serían visibles a todos. Habría la máxima exposición de la verdad de las palabras de que no hay nadie merecedor de adoración sino sólo Dios.

Y por cierto que le mostramos [al Faraón] todos Nuestros signos, pero los desmintió y se rehusó a creer. Dijo [el Faraón]: ¡Oh, Moisés! ¿Acaso viniste a expulsarnos de nuestra tierra con tu magia? Nosotros te mostraremos una magia igual que la tuya, sólo fija un día para que tú y nosotros nos encontremos en un lugar conveniente para ambos; y que ninguno falte a la cita.

Dijo [Moisés]: Nuestra cita será el día de vuestra festividad. Convocad a la gente, pues, por la mañana. (Corán 20:56-59)

Moisés les pidió a los magos que comenzaran ellos. Se narra que había unos 70 magos alineados en una fila. Los magos tiraron sus varas y cuerdas en el nombre del Faraón y el suelo se convirtió en un mar hirviente de serpientes, retorciéndose y arrastrándose. La multitud miraba con asombro. Moisés tuvo miedo, pero se mantuvo firme, con la certeza de que Dios lo protegería y facilitaría su tarea. Dios lo cubrió con tranquilidad y ordenó a Moisés que lanzara su vara.

La vara de Moisés se transformó en una serpiente enorme que devoró rápidamente a las serpientes ilusorias que cubrían el piso. La multitud se levantó como una gran ola, aplaudiendo y gritando por Moisés. Los magos quedaron atónitos. Eran muy hábiles en el arte de la magia y el ilusionismo, pues eran los mejores magos en el mundo en aquella época, pero sus conjuros no eran más que trucos. Los magos sabían que la serpiente de Moisés era real. Cayeron todos en postración declarando su creencia en el Señor de Moisés y Aarón.

“Y entonces los magos [al percibir la Verdad] se postraron y exclamaron: Creemos en el Señor de Aarón y Moisés. Dijo [el Faraón]: ¿Acaso vais a creer en él sin que yo os lo permita? Ciertamente él es vuestro maestro que os ha ensañado la magia. Haré que se os ampute la mano y el pie opuestos, y luego os haré crucificar en troncos de palmera. Así sabréis quién de nosotros puede infligir el castigo más severo y perdurable.

Dijeron: No te preferiremos a las pruebas evidentes que nos han llegado, y [menos aún] a Quien nos creó. Haz pues con nosotros lo que has decidido; tú sólo puedes condenarnos en esta vida. Ciertamente creemos en nuestro Señor, y Él nos perdonará nuestros pecados y la magia que nos obligaste a hacer. Por cierto que la recompensa de Dios es la mejor y Su castigo es el más perdurable.” (Corán 20:70-73)

Los magos comenzaron ese día siendo infieles, corruptos e interesados sólo en la riqueza y en la fama. Sin embargo, en el término de unas pocas horas habían reconocido la verdad. Vieron con sus propios ojos la omnipotencia de Dios y se arrepintieron de sus caminos errados. Dios es el más misericordioso, y Él perdonará a quienes recurran a Él con arrepentimiento humilde  y sincero.

Moisés y Aarón dejaron el lugar de la contienda. Los magos, como les fue dicho, fueron condenados a muerte, sus cuerpos colgados en las plazas y mercados para enseñarle a la gente una lección, el Faraón regresó a su palacio y su rabia se acrecentó. Se peleó con sus ministros y consejeros. Los despidió y luego los llamó a su presencia. Se volvió a su primer ministro y le dijo: “¿Acaso soy un mentiroso, Hamán?” El Faraón había construido su reino sobre el hecho de que él era dios, ¿qué haría ahora que Moisés había revelado la verdad de que no existe dios sino el Único Dios Verdadero?

“Dijo el Faraón: ¡Oh, Hamán! Constrúyeme una torre para que pueda ascender. Ascender a los cielos y ver a quien adora Moisés; y por cierto que creo que [Moisés] miente. Y así [Satanás] le hizo ver al Faraón como buenas sus malas acciones, y logró que se extraviara completamente, y los planes del Faraón fracasaron.” (Corán 40:36-37)

El Faraón estaba furioso. Su reino de miedo estaba construido sobre la opresión del pueblo y el mantener sus mentes y corazones cautivos. Toda la gente de Egipto desde los ministros y magos hasta el menor de los esclavos y siervos, temían el poder y la furia del Faraón, pero Moisés le había expuesto un punto débil. Al Faraón le preocupaba que su reinado fuera desenmascarado, sin embargo, estaba rodeado de aduladores y parásitos que lo instaron a una mayor tiranía.

Los oficiales de seguridad y de inteligencia del Faraón comenzaron a difundir rumores. Decían que Moisés y algunos magos se habían complotado en secreto para que Moisés ganara la competencia. Los cuerpos sin vida de los magos muertos fueron colgados en lugares públicos para aterrorizar a la gente. Debido a su asociación con Moisés, los hijos de Israel se convirtieron en chivos expiatorios. Se quejaron ante Moisés de que fueron maltratados cuando él nació y ahora él les causaba opresión de nuevo.

El faraón ordenó más muertes, saqueos y violaciones. Apresó a cualquiera que hablaba en contra de esta opresión, y Moisés estaba impotente. No podía intervenir. Aconsejó tener paciencia y observar en silencio. Los hijos de Israel se quejaron con  Moisés y él quedó en una situación muy difícil. Como se había enfrentado a los planes y tramas del Faraón, su pueblo se había vuelto contra él y uno de los suyos estaba trabajando con los agentes del poder egipcio.

Qarún era un hombre de los hijos de Israel bendecido con riqueza y estatus, mientras todo a su alrededor era pobreza e incluso indigencia. Él no reconocía las bendiciones de Dios y trataba a los pobres con desprecio. Cuando Moisés le recordó que su deber, como el de todo aquel que adore a Dios, era pagar el impuesto a los pobres, se negó y comenzó a difundir el rumor de que Moisés había inventado ese impuesto para hacerse rico. La ira de Dios cayó sobre Qarún y la tierra se abrió y se lo tragó como si nunca hubiera existido.

“Por cierto que Qarún era del pueblo de Moisés pero se ensoberbeció. Le habíamos concedido tantos tesoros que hasta las llaves [de dichas riquezas] resultaban pesadas para un grupo de hombres fornidos [cuando las cargaban]. Y recuerda [¡Oh, Muhammad!] cuando su pueblo le dijo: No te jactes [de lo que tienes] porque Dios no ama a los presuntuosos. Y trata de ganarte el Paraíso con lo que Dios te ha concedido, y no te olvides que también puedes disfrutar de lo que Dios ha hecho lícito en esta vida. Sé generoso como Dios lo es contigo, y no corrompas la Tierra; ciertamente Dios no ama a los corruptores. Dijo [Qarún]: Por cierto que lo que se me ha concedido es gracias a mi conocimiento [y Dios sabe que me lo merezco]. ¿Acaso no sabía que Dios anteriormente había destruido a naciones más poderosas y con más riquezas que él? Y los perversos no serán indagados sobre sus pecados.

Y se presentó [Qarún un día] ante su pueblo con todo su lujo, y quienes amaban la vida mundanal exclamaron: ¡Ojalá tuviéramos lo mismo que Qarún! Realmente que es muy afortunado. Y quienes fueron agraciados con el conocimiento dijeron: ¡Ay de vosotros! La recompensa de Dios para quien crea y obre rectamente será mejor, pero sólo la obtendrán quienes hayan sido perseverantes. Entonces hicimos que la tierra se tragase a Qarún y a su casa, y no hubo nadie que pudiese socorrerlo, y tampoco pudo salvarse a sí mismo. Y quienes antes habían deseado estar en su lugar comenzaron a decir: Dios le concede el sustento en abundancia o se lo restringe a quien Él quiere de Sus siervos. De no haber sido que Dios nos agració con Su misericordia nos hubiera tragado la tierra a nosotros también. Por cierto que los incrédulos nunca prosperarán. (Corán 28: 76-82)

Faraón convocó a Moisés al palacio. Ibn Kazir narró que el Faraón quería matar a Moisés y era apoyado en ello por todos sus ministros y oficiales de gobierno, excepto uno. Este hombre, que se cree era pariente del Faraón, era un creyente en la Unicidad de Dios, aunque hasta ese momento había mantenido su fe en secreto.

Dijo un hombre creyente de la familia del Faraón que ocultaba su fe: ¿Mataréis a un hombre porque dice: Mi Señor es Dios, siendo que os ha presentado las pruebas [evidentes] de vuestro Señor? Si se trata de un mentiroso, sobre él recaerá su mentira; y si dice la verdad os azotará una parte del castigo conque os amenaza [en esta vida y seréis destruidos]. Por cierto que Dios no guía a quien se extralimita, y es mentiroso. (Corán 40:28)

El creyente habló con elocuencia, advirtió a su pueblo que iban a sufrir un día de desastre como esos días que habían afligido a la gente en el pasado. Les recordó que Dios había enviado señales claras con Moisés, pero sus palabras cayeron en oídos sordos. El Faraón y muchos de sus ministros amenazaron con matar al creyente, pero Dios lo mantuvo a salvo bajo Su protección.

Dios le preservó de las maldades que tramaron contra él, y la familia del Faraón fue azotada por un terrible castigo [y perecieron ahogados]. (Corán 40: 45)

Dios le ordenó a Moisés que advirtiera al Faraón que él y los egipcios sufrirían un castigo severo si los hijos de Israel no eran liberados. Si la tortura, la opresión y el acoso no se detenían, las señales de la ira Dios descenderían sobre ellos. La respuesta del Faraón fue llamar al pueblo de Egipto, incluyendo a los hijos de Israel, a una gran reunión. Les informó que él era su Señor, les señaló que Moisés no era más que un humilde esclavo sin poder, fuerza ni posibilidades. La fuerza de Moisés, sin embargo, venía directamente de Dios. A pesar de ello, la gente le creó al Faraón y le obedeció, así que las señales del poder de Dios comenzaron a descender.

Dios afligió a Egipto con una sequía severa. Incluso el exuberante, verde y fértil valle del Nilo, comenzó a decaer y morir. Las cosechas se perdieron y la gente comenzó a sufrir, pero el Faraón se mantuvo arrogante, por lo que Dios envió una gran inundación que devastó la tierra. La gente, incluyendo a los principales ministros, apelaron a Moisés.

 Y cuando se les castigó con esto, dijeron: ¡Oh, Moisés! Ruega por nosotros a tu Señor, puesto que ha realizado un pacto contigo [concediéndote la profecía], si logras apartar este castigo creeremos en ti y dejaremos que los Hijos de Israel se marchen contigo. (Corán 7:134)

La tierra regresó a la normalidad y los cultivos comenzaron a crecer de nuevo, pero los hijos de Israel seguían esclavizados. Dios envió una plaga de langostas que devoró todo a su paso. La gente acudió a Moisés rogándole su ayuda. Las langostas se fueron, pero los hijos de Israel seguían esclavizados. Luego llegó una plaga de piojos, propagando enfermedades entre la gente, seguida de una plaga de ranas que acosaba y aterrorizaba a la gente en sus casas y en sus camas. Cada vez que descendía un castigo de Dios, la gente le rogaba a Moisés que implorara a su Señor por alivio, y cada vez se comprometían a liberar a los esclavizados hijos de Israel, y cada vez, incumplían esa promesa.

Entonces, la última señal de la ira de Dios fue revelada, el agua del río Nilo se convirtió en sangre. Para los hijos de Israel el agua se mantuvo clara y pura, pero para todos los demás aparecía como sangre roja y espesa. Incluso después de esta devastadora serie de señales del desagrado de Dios, los hijos de Israel seguían esclavizados.

Y azotamos al pueblo del Faraón con años de sequía y mengua de frutos, para que reflexionaran. Y cuando les llegó nuevamente una época de prosperidad dijeron: Esto es lo que merecemos. Cuando les acontecía un mal le echaban la culpa a Moisés y a sus seguidores; pero ciertamente cuanto les ocurría era porque Allah así lo decretaba, pero la mayoría lo ignoraba. Y dijeron: Cualquiera que sea el signo que nos presentes para hechizarnos con él, no te creeremos. Enviamos entonces contra ellos la inundación, las langostas, los piojos, las ranas, y la sangre, como signos evidentes; pero se ensoberbecieron y fueron un pueblo de pecadores. Y cuando se les castigó con esto, dijeron: ¡Oh, Moisés! Ruega por nosotros a tu Señor, puesto que ha realizado un pacto contigo [concediéndote la profecía], si logras apartar este castigo creeremos en ti y dejaremos que los Hijos de Israel se marchen contigo. Pero cada vez que apartamos de ellos el castigo hasta un plazo que habíamos decretado [para castigarles nuevamente] no cumplieron lo pactado. Entonces nos vengamos de ellos y los ahogamos en el mar, porque ellos habían desmentido Nuestros signos y por haberse mostrado indiferentes. (Corán 7: 130-136)

El Faraón y la mayoría de la gente de Egipto se negaron a creer en las señales. Dios envió repetidamente sus castigos y la gente apeló a Moisés, con la promesa de adorar sólo a Dios y liberar a los hijos de Israel, pero una y otra vez, rompieron sus promesas. Finalmente, Dios retiró Su misericordia y dio la orden a Moisés de conducir a su pueblo fuera de Egipto.

Pero cada vez que apartamos de ellos el castigo hasta un plazo que habíamos decretado [para castigarles nuevamente] no cumplieron lo pactado. Entonces nos vengamos de ellos y los ahogamos en el mar, porque ellos habían desmentido Nuestros signos y por haberse mostrado indiferentes. (Corán 7: 135-136)

Los espías del Faraón supieron de inmediato que algo importante estaba ocurriendo y el Faraón llamó a una reunión a sus asesores de mayor confianza. Ellos decidieron reunir todas las fuerzas armadas para perseguir a los esclavos fugitivos. Reunir al ejército les tomó toda la noche y el ejército del Faraón no dejó los confines de la ciudad hasta el amanecer.

El ejército del Faraón marchó hacia el desierto. No pasó mucho tiempo antes que los hijos de Israel pudieran mirar atrás en la distancia y ver el polvo levantado por el ejército que se les acercaba. Tampoco fue mucho antes de que las primeras filas de los hijos de Israel hubieran llegado a orillas del Mar Rojo.

Los hijos de Israel estaban atrapados. Frente a ellos estaba el Mar Rojo y a sus espaldas estaba el ejército vengador. El miedo y el pánico comenzaron a extenderse entre sus filas. Apelaron a Moisés. Moisés había estado caminando en la parte posterior de su pueblo fugitivo, podía ver al ejército acercarse. Se hizo camino a través de las filas hasta la orilla del mar. Caminó entre su gente disipando sus temores y recordándoles que mantuvieran la fe para seguir confiando en que Dios no los defraudaría.

Moisés se detuvo a orillas del Mar Rojo y oteó el horizonte. Ibn Kazir narra que Josué se dirigió a Moisés y dijo: “Frente a nosotros hay una barrera infranqueable, el mar, y detrás está el ejército; ¡sin duda no podemos evitar la muerte!” Moisés no se dejó llevar por el pánico, permaneció de pie en silencio y esperó que Dios mantuviera Su promesa de liberar a los hijos de Israel.

En ese momento, cuando el pánico se apoderó de los hijos de Israel, Dios inspiró a Moisés que golpeara el mar con su bastón. Él hizo lo que se le había ordenado. Un fuerte viento comenzó a soplar, el mar comenzó a girar y girar, y de repente se abrió para revelar un camino. El fondo del mar se secó lo suficiente para que la gente pudiera caminar por él.

Moisés comenzó a dirigir a la gente a través del corredor seco en medio del mar. Esperó a que la última persona comenzara a caminar por el mar antes de volverse para mirar al ejército que se acercaba, y luego siguió a su pueblo a través del lecho marino. Al llegar al otro lado, el pánico y el miedo comenzaron a abrumar a los hijos de Israel. Volvieron a rogar y a suplicar a Moisés para que cerrara el corredor. Moisés se negó, el plan de Dios ya estaba en marcha y él confiaba en que los hijos de Israel estarían a salvo a pesar que el ejército del Faraón los había seguido por el corredor del lecho marino desecado.

Hicimos que los Hijos de Israel cruzaran el mar. Y los persiguieron el Faraón y su ejército injustamente, empujados por el odio. Y cuando [el Faraón] sintió que se ahogaba indefectiblemente dijo: Creo en una única divinidad como lo hace el pueblo de Israel, y a Él me someto. ¿Recién ahora crees, luego de haber desobedecido y haberte contado entre los corruptores? Conservaremos tu cuerpo y te convertirás en un signo para que las generaciones que te sucedan reflexionen. Por cierto que muchos de los hombres son indiferentes a Nuestros signos. (Corán10:90-92)

Ibn Kazir describe así la muerte del Faraón: “Cayó el telón sobre la tiranía del Faraón, y las olas arrojaron su cadáver a la orilla occidental del mar. Los egipcios lo vieron y supieron que el dios al que adoraban y obedecían era sólo un hombre que no podía alejar la muerte de su propio cuello.” Cuando el Faraón tuvo poder, riqueza, salud y fortaleza, se negó a reconocer a Dios, pero cuando vio la muerte aproximándosele, clamó a Dios con miedo y horror. Si la humanidad recuerda a Dios en épocas de calma, Dios recordará incluso al más humilde de los seres humanos en épocas de emergencia.

Generaciones de opresión habían dejado una marca indeleble en los hijos de Israel. Años de humillación y de miedo constante los había convertido en ignorantes y obstinados. Muchos de ellos habían sido privados de comodidades y lujos todas sus vidas. Anhelaban algo que fuera una señal de riqueza o materialismo. Los hijos de Israel creían en Dios, y acababan de presenciar los milagros más sorprendentes y las señales del poder de Dios, pero aún codiciaban un ídolo que vieron en su viaje fuera de Egipto.

Hicimos que los Hijos de Israel cruzaran el mar, y cuando llegaron a un pueblo que se prosternaba ante los ídolos dijeron: ¡Oh, Moisés! Permítenos adorar ídolos como lo hacen ellos. Dijo: Vosotros, en verdad, sois un pueblo de ignorantes. Ciertamente aquello en lo que creen será destruido y sus obras habrán sido en vano.

Dijo: ¿Cómo podría admitir que adoréis a ídolos en vez de Dios, cuando Él os ha preferido [enviándoos un Profeta] a vuestros contemporáneos?

Recordad cuando os salvamos del Faraón y su ejército, quienes os castigaban sin piedad, matando a vuestros hijos y dejando con vida a las mujeres; en esto hubo una dura prueba de vuestro Señor. (Corán 7: 138-141)

Dios ha favorecido a los hijos de Israel. Fueron conducidos a salvo fuera de Egipto y presenciaron el ahogamiento de su cruel gobernante, el Faraón. Cuando necesitaron agua, Dios ordenó a Moisés que golpeara una roca, que se abrió en doce fuentes para las doce tribus, de modo que no hubiera disputa entre ellas. Dios también envió nubes para protegerlos del sol abrasador, y para calmar su hambre les envió un alimento especial y delicioso llamado maná, además de codornices. Lamentablemente, a pesar de la generosidad de Dios, muchos de los hijos de Israel se quejaron y anhelaron la comida que solían comer en Egipto, cebollas, ajos, fríjoles y lentejas.

Moisés advirtió a su pueblo y les recordó que acababan de salir de una vida de degradación y humillación. Les preguntó por qué lloraban por las peores provisiones cuando Dios les estaba otorgando las mejores. Moisés dijo: “¿Es que queréis cambiar lo mejor por lo peor? Dirigíos a Egipto que allí tendréis lo que pedís.” (Corán 2: 61). Dios estaba brindándoles regalos y facilitándoles la vida a los hijos de Israel mientras ellos hacían su viaje hacia la tierra prometida, pero ellos eran un pueblo quebrantado, incapaz de mantenerse alejado del pecado y la corrupción.

Salieron bajo el amparo de la oscuridad, llevando sus escasas pertenencias, y se dirigieron por el desierto hacia el Mar Rojo. Cuando llegaron al mar, el ejército del Faraón los perseguía de cerca, el pueblo de Moisés podía ver el polvo levantado por el ejército acercándose. Miraron al mar frente a ellos y se sintieron atrapados. Por voluntad y con permiso de Dios, Moisés golpeó el mar con su vara y éste se abrió revelando un camino. Los hijos de Israel caminaron por el lecho marino. Cuando la última persona cruzó a salvo, el mar volvió a su lugar y ahogó al ejército de Egipto, incluyendo al tiránico Faraón.

Los hijos de Israel fueron un pueblo oprimido y humillado durante mucho tiempo. Muchas generaciones habían vivido bajo el yugo del Faraón. Se habían convertido en un pueblo hostil. Siempre esperando lo peor. Anhelando siempre las cosas buenas de este mundo. El sentido del honor y la confianza en sí mismos se había erosionado. Durante su viaje fuera de Egipto hacia la tierra prometida, hubo una gran oportunidad para que sus defectos de carácter se hicieran obvios. Los hijos de Israel fueron ingratos con Dios, a pesar de Su cuidado y atención hacia ellos. Eran incapaces de comportarse con sumisión y aceptar la voluntad de Dios.

Cuando los hijos de Israel llegaron a un pueblo que adoraba ídolos, su afán de ser como esas personas que parecían ser felices se hizo manifiesto y le pidieron a Moisés que los dejara tener un ídolo, olvidando por completo los milagros de Dios que habían presenciado. Cuando Dios los proveyó con comida deliciosa que era desconocida para ellos se quejaron, deseando la comida inferior a la que estaban acostumbrados. Cuando Moisés los mandó a marchar contra una ciudad y derrotar a los cananeos se negaron, en su mayoría por miedo, y así desobedecieron las órdenes de Dios. Ibn Kazir narra que Moisés sólo pudo encontrar dos hombres dispuestos a luchar.

“Dijo: ‘¡Señor mío! Sólo tengo control de mis actos y autoridad sobre mi hermano; apártanos, pues, de los extraviados’. Dijo [Dios a Moisés]: ‘Les estará prohibida [la entrada en la Tierra Santa] durante cuarenta años, tiempo en el que vagarán por la Tierra. No te aflijas por quienes se desviaron’”. (Corán 5:25-26)

Los “días de vagar” comenzaron. Cada día era como el anterior. La gente viajaba sin un destino en mente. Eventualmente, entraron al Sinaí, Moisés lo reconoció como el lugar donde había hablado con Dios antes de que su gran viaje a Egipto comenzara. Dios le ordenó a Moisés que ayunara, como purificación, durante 30 días y luego añadió 10 días más. Después que el ayuno terminó, Moisés estaba listo para comunicarse de nuevo con Dios.

“Y convocamos a Moisés durante treinta noches, pero luego extendimos [la cita] otras diez noches más, y el encuentro con su Señor duró cuarenta noches. Y [antes de partir hacia Él] Moisés dijo a su hermano Aarón: ‘Remplázame ante mi pueblo y ordena el bien, y no sigas el sendero de los corruptores’. Y cuando Moisés acudió al encuentro y su Señor le habló, [Moisés] le pidió: ‘Muéstrate para que pueda verte’. Dijo [Allah]: ‘No lo resistirías. Observa la montaña, si permanece firme en su lugar [después de mostrarme a ella], pues entonces tú también podrás verme’. Pero cuando su Señor se mostró a la montaña, ésta se convirtió en polvo, y Moisés cayó inconsciente. Cuando volvió en sí exclamó: ‘¡Glorificado seas! Me arrepiento y soy el primero en creer en Ti’. Dijo: ‘¡Oh, Moisés! Ciertamente te he distinguido entre los hombres con la profecía y por haberte hablado directamente. Aférrate a lo que te he revelado y sé de los agradecidos’”. (Corán 7:142-144)

Dios le dio a Moisés dos tablas de piedra, con los Diez Mandamientos escritos sobre ellas. Estos mandamientos forman la base de la ley judía, la Tora, y son normas morales que siguen siendo establecidas por las iglesias cristianas. Ibn Kazir y los sabios del Islam afirman que los Diez Mandamientos están reiterados en dos versículos del Corán:

Diles: Venid que os informaré lo que vuestro Señor os ha prohibido: No debéis asociarle nada y seréis benevolentes con vuestros padres, no mataréis a vuestros hijos por temor a la pobreza, Nosotros Nos encargamos de vuestro sustento y el de ellos, no debéis acercaros al pecado, tanto en público como en privado, y no mataréis a nadie que Dios prohibió matar, salvo que sea con justo derecho. Esto es lo que os ha ordenado para que razonéis. No os apropiaréis de los bienes del huérfano si no es para su propio beneficio [del huérfano] hasta que alcance la madurez; mediréis y pesaréis con equidad. No imponemos a nadie una carga mayor de la que puede soportar. Cuando habléis [para declarar o decir algo] deberéis ser justos, aunque se trate en contra de un pariente, y cumpliréis vuestro compromiso con Dios. Esto es lo que os ha ordenado para que recapacitéis”. (Corán 6:151-152)

Moisés había estado ausente durante 40 días. Su pueblo se había inquietado, eran como niños, quejándose y actuando de manera impulsiva. Ibn Kazir describe su descenso hacia el imperdonable pecado de la idolatría: “As-Samiri, un hombre que se inclinaba hacia el mal, sugirió que debían encontrar otra guía, pues Moisés había roto su promesa. Él les dijo: ‘A fin de hallar la guía verdadera, necesitan un dios, y yo voy a darles uno’. De modo que recolectó todo el oro y las joyas de ellos, y los fundió. Durante el proceso, lanzó un puñado de polvo de oro, actuando como un mago para impresionar a los ignorantes. A partir del metal fundido, hizo un becerro de oro. Era hueco, y cuando el viento pasaba a través de él, producía un sonido”.

Era como si hubiera conseguido hacerles un dios viviente. El hermano de Moisés, Aarón, tuvo miedo de enfrentarse a la gente, pero cuando vio el ídolo y se dio cuenta de que se estaba cometiendo un pecado grave, habló. Le recordó a la gente que debían adorar sólo a Dios y les advirtió de las graves consecuencias de sus actos, tanto de Moisés a su regreso como de Dios mismo. Aquellos que permanecieron fieles a su creencia en Dios se apartaron de aquellos que adoraron al ídolo. Cuando Moisés regresó con su pueblo, los vio cantando y bailando alrededor del becerro de oro. Estaba furioso.

Moisés no podía creer lo que veían sus ojos, a pesar que Dios le había advertido que un castigo severo estaba por caer sobre su pueblo por adorar al becerro de oro. El corazón de Moisés estaba lleno de vergüenza y de ira. Su propio pueblo había sido testigo del poder y la majestad de Dios, sin embargo actuaban de forma hostil y sin temor al castigo de Dios.

“Dijo [Allah]: Por cierto que hemos puesto a prueba a tu pueblo después de que les dejaste, y el samaritano les extravió [exhortándoles a adorar el becerro]. Y cuando Moisés regresó ante su pueblo airado y apenado, les dijo: ¡Oh, pueblo mío! ¿Acaso vuestro Señor no os ha hecho una hermosa promesa? ¿Es que os parece que me ausenté por mucho tiempo? ¿Acaso queréis que la ira de vuestro Señor se desate sobre vosotros, y por ello quebrantasteis la promesa que me hicisteis?” (Corán 20:85-86)

Moisés se volvió hacia su hermano Aarón, se enojó y lo tomó por la barba acercándolo de cabeza hacia él. Le gritó a su hermano Aarón exigiéndole que explicara por qué había desobedecido las instrucciones que le había dado, y por qué había permitido que As Samiri engañara a los hijos de Israel. Aarón le explicó que la gente no lo había escuchado y habían estado a punto de matarlo. Pidió a Moisés que no permitiera que los idólatras los separaran. Aarón no era tan fuerte y poderoso como su hermano y temía no ser capaz de controlar a los hijos de Israel, por lo que había esperado el regreso de su hermano Moisés.

La promesa de Dios es verdadera y su castigo no se hizo esperar. Moisés se enfrentó con As Samiri y lo envió al exilio.

Dijo [Moisés]: Aléjate de nosotros; ciertamente tu castigo en esta vida será vivir sólo, sin que nadie se te acerque, y [en la otra] te aguarda una cita ineludible [el Día del Juicio]. Y observa [lo que haremos con] lo que consideraste tu divinidad, y a lo cual has adorado: Lo quemaremos y esparciremos sus restos en el mar. Ciertamente vuestra única divinidad es Allah. No existe nada ni nadie con derecho a ser adorado salvo Él, y todo lo abarca con Su conocimiento. (Corán 20:97-98)

 

El castigo impuesto a los idólatras fue severo.

Y cuando Moisés dijo a su pueblo: ¡Oh, pueblo mío! Ciertamente habéis sido injustos con vosotros mismos al tomar el becerro [como objeto de adoración]. Arrepentíos ante vuestro Señor y mataos unos a otros [ejecutando a quienes adoraron el becerro]. Ello será lo mejor para vosotros ante vuestro Creador. Así os perdonará, pues Él es Indulgente, Misericordioso.  (Corán 2:54)

Dios es el Más Misericordioso y perdona. Después que los hijos de Israel se habían purificado y habían ejecutado a los idólatras, Dios aceptó su arrepentimiento. Incluso después de su continua hostilidad y obstinación, los hijos de Israel sintieron de nuevo la gracia de Dios sobre ellos.

Moisés escogió entonces a 70 hombres entre los más piadosos de los hijos de Israel. Regresó con ellos al Monte Tur. Eran una delegación con la intención de pedir perdón a Dios por su comportamiento. Se quedaron atrás y Moisés se perdió entre la neblina para hablar con Dios mientras los ancianos esperaban. Cuando regresó a ellos, en lugar de sentirse arrepentidos y pedirle disculpas a Moisés, le informaron que realmente no lo seguirían hasta que vieran a Dios con sus propios ojos.

¡Oh, Moisés! No creeremos en ti hasta que veamos a Dios en forma manifiesta. (Corán 2:55)

La tierra tembló y los 70 hombres fueron alcanzados por un rayo. Cayeron muertos al suelo. Moisés quedó atónito. De inmediato se preguntó qué le diría a los hijos de Israel. Estos 70 hombres eran los mejores entre su pueblo; Moisés sintió que ahora los hijos de Israel no tenían esperanza. Acudió a Dios.

Y Moisés eligió entre su pueblo a setenta hombres para que se encontrasen con Nosotros, y cuando les azotó un violento temblor, [Moisés] exclamó: ¡Señor mío! Si hubieras querido les habrías aniquilado antes, y a mí también. ¿Acaso nos aniquilarás por lo que han cometido los necios que hay entre nosotros? Ciertamente esto [el becerro] no es sino una prueba con la que extravías y guías a quien quieres. Tú eres nuestro protector, perdónanos y ten misericordia de nosotros; Tú eres el más Indulgente. Y concédenos el bienestar en esta vida y en la otra; ciertamente nosotros nos hemos arrepentido. Dijo [Dios]: Azoto con Mi castigo a quien quiero, pero sabed que Mi misericordia lo abarca todo, y se la concederé a los piadosos que pagan el Zakat y creen en Nuestros signos. (Corán 7:155-156)

Dios es en verdad el Más Misericordioso y Su misericordia abarca todas las cosas. Cuando Moisés suplicó a Dios, Él resucitó a los 70 ancianos muertos. Por muchos años, los hijos de Israel vagaron por el desierto y tierras baldías. El profeta Moisés sufrió mucho a manos de ellos. Soportó su amotinamiento, hostilidad, ignorancia e idolatría, y ellos incluso le causaron daños personales. Sufrió sólo por causa de agradar a Dios. Después de muchos años, el profeta Aarón murió, de modo que Moisés estaba finalmente sin su mayor apoyo. Sin embargo, se mantuvo firme, continuó en el desierto sin alcanzar nunca la tierra prometida. Moisés murió, rodeado aún por los hostiles hijos de Israel. Rodeado por la gente que se negó a ver los milagros que tenían ante sus ojos, a pesar que Dios en Su misericordia continuaba dándoles oportunidad tras oportunidad.

En las tradiciones del profeta Muhámmad, que Dios lo bendiga, se cuenta la muerte del profeta Moisés: “El ángel de la muerte fue enviado a Moisés. Cuando llegó, Moisés le dio un puñetazo en el ojo. El ángel regresó a su Señor diciendo: ‘Me has enviado a un siervo que no desea morir.’ Dios dijo: ‘Regresa con él y dile que ponga su mano sobre el lomo de un buey y que por cada pelo que quede bajo ella, le otorgaré un año de vida.’ Moisés dijo: ‘¡Oh Señor!, ¿qué pasará después?’ Dios contestó: ‘Morirás.’ Moisés dijo: ‘¡Que la muerte llegue ya!’ Moisés pidió entonces a Dios que le dejara morir cerca de la Tierra Santa, estando a una distancia de un tiro de piedra de ella.”[1]

La condición humana está llena de pruebas, preocupaciones y curvas de aprendizaje tremendas. La vida está llena de sorpresas. Sin embargo, recordar a Dios y esforzarse en complacerlo, es la línea vital de la humanidad. El Corán contiene historias inspiradoras de la vida de los profetas y de hombres y mujeres rectos. La vida de Moisés se discute con frecuencia y su historia nos enseña que Dios es misericordioso, confiable y cariñoso. Allah, El Más Clemente, no nos ha dejado solos, nos ha proporcionado Su guía y Su luz.

Por cierto que en las historias [de los Profetas] hay un motivo de reflexión para los dotados de sano juicio. No es [el Corán] un relato inventado sino una confirmación de lo revelado anteriormente, y es una explicación detallada de todas las cosas, guía y misericordia para los creyentes. (Corán 12: 111)

A lo largo de esta serie de artículos, hemos aprendido sobre la tremenda fortaleza de carácter de Moisés, y su habilidad para perseverar incluso en circunstancias extremas. Moisés siguió los mandamientos de Dios con valor y determinación, y más allá de todo, poseía un carácter de gran importancia, el carácter de la sinceridad. Moisés era sincero en todos sus esfuerzos. Sin importar lo que hiciera, actuaba siempre con el propósito expreso de agradar a Dios. Cuando la determinación es acompañada con sinceridad, el carácter de una persona puede llegar a ser extraordinario.

Durante los años en que los hijos de Israel vagaron por el desierto sin poder entrar a la tierra prometida, Moisés encontró a Jidr y pasó un tiempo con él. Un hombre que la mayoría de los eruditos cree era un profeta.

Ibn Kazir narró que un día alguien le preguntó a Moisés: “¡Oh Mensajero de Dios, ¿hay en la tierra alguien con más conocimiento que tú?” Moisés le contestó: “¡No!”, creyendo que ya que Dios le había permitido hacer milagros y le había entregado la Tora, él debía ser el hombre vivo más sabio. Esto, sin embargo, no era cierto. El encuentro de Moisés con Jidr le enseña a la humanidad que ninguna persona puede tener toda la información disponible y que aunque pensemos que somos inteligentes y sabios, la necesidad de buscar el conocimiento nunca termina. Cuando Moisés se dio cuenta de la existencia de Jidr, pidió reunirse con él.

Dios le dijo a Moisés que pusiera un pez vivo en un recipiente. Cuando el pez desapareciera, él se encontraría con el hombre que buscaba. Moisés inició su viaje acompañado por un joven que llevaba el recipiente con el pescado. Llegaron a un lugar donde se encontraban dos ríos y decidieron descansar allí. Moisés se durmió al instante. Mientras dormía, su compañero vio cómo el pez se escapaba hacia el río y se iba nadando, pero olvidó informar de ello a Moisés.

Cuando Moisés despertó, continuó su viaje hasta que estaban exhaustos y hambrientos. Moisés pidió comida. Sólo cuando hizo esto, su compañero recordó que el pescado se había escapado. Al oír esto, Moisés exclamó: “¡Eso es exactamente lo que buscábamos!” Volvieron rápidamente sobre sus pasos para encontrar el lugar donde los ríos se encontraban y donde el pez había saltado.

Cuando Moisés se dio cuenta que habían tomado la dirección equivocada, de inmediato volvió atrás. No siguió adelante con la esperanza de proteger su reputación o ahorrar tiempo, él sabía que el camino era errado y lo corrigió. En esta vida, muchos de nosotros elegimos el camino incorrecto, pero nos da miedo o vergüenza volver atrás y tomar una dirección distinta. Hay grandes lecciones a aprender de los actos del profeta Moisés. Una vez una persona se da cuenta que va en la dirección equivocada en la vida, debe de inmediato dar la vuelta y volver al camino correcto. Uno no debe considerar esto como una derrota, sino como una victoria.

Cuando Moisés regresó al camino correcto, conoció a Jidr. Fue un encuentro diseñado para darle la luz del conocimiento. Este momento histórico de la reunión de Moisés con Jidr se narra en el Corán en el capítulo 18, La Cueva.

Moisés le dijo: ¿Puedo seguirte para que me instruyas sobre aquello que se te ha enseñado? Respondió: Tú no podrás soportarlo. ¿Cómo podrías soportar algo que desconoces? Dijo: Verás, si Allah quiere, que lo resistiré y no te desobedeceré. Dijo: Si me sigues, no me preguntes sobre nada hasta que yo no te haga mención de ello. Y partieron hasta que abordaron una embarcación a la que dañó. Dijo [Moisés]: ¿La has dañado para que se ahoguen quienes la abordaron? Has cometido algo asombroso y grave. Dijo: ¿No te había dicho que no lo soportarías? Disculpa mi olvido, y no me impongas una carga muy difícil. Y partieron hasta que se encontraron con un niño al que mató. Dijo [Moisés]: ¿Has matado a una persona inocente sin que él haya matado a nadie? Por cierto que has cometido algo terrible. Dijo: ¿No te había dicho que no lo soportarías? Dijo [Moisés]: Si vuelvo a preguntarte por algo no consientas en que te acompañe. Ya me has disculpado varias veces. Y partieron hasta que llegaron a un pueblo y pidieron a sus habitantes que los alimentaran, pero ellos se negaron a ser hospitalarios. Luego encontraron en el pueblo un muro que estaba a punto de derrumbarse, y lo reconstruyó. Dijo [Moisés]: Si hubieras querido, podrías haber pedido una paga por ello. Dijo: Aquí nos separamos. Pero te informaré acerca de aquello que no pudiste soportar.

En cuanto a la embarcación, pertenecía a unos pobres que trabajaban en el mar y quise averiarla porque detrás de ellos venía un rey que se apoderaba por la fuerza de todas las naves que estuvieran en perfectas condiciones. En cuanto al niño, sus padres eran creyentes y supimos que él les induciría al desvío y la incredulidad. Quiso su Señor concederles en su lugar otro hijo más puro y benevolente. En cuanto al muro, pertenecía a dos jóvenes huérfanos del pueblo. Había debajo de él un tesoro que les pertenecía. Su padre había sido un hombre piadoso y tu Señor quiso que cuando alcanzaran la madurez encontrasen el tesoro, como una misericordia de tu Señor. Yo no lo hice por propia iniciativa. Ésta es la razón de aquello que no pudiste soportar. (Corán 18:66-82)

La historia de Moisés y Jidr nos recuerda que Dios es el Más Sabio. La frágil vida del ser humano puede contener mucha alegría y risas, pero a veces nos vemos acosados por las pruebas, las tragedias y las calamidades que aparentemente no tienen sentido. Como creyentes, debemos creer que todo lo que Dios decreta, surge de Su Sabiduría Suprema y Absoluta.

 

Footnotes:

[1] Sahih Al-Bujari

 

Por Aisha Stacey

 

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